Madrugadas de verano
Medianoche, verano y veintisiete grados en el termómetro de exteriores. Los dedos de unos pies descalzos rozan las baldosas de esta terraza tratando de seguir el ritmo de Money for nothing. Mientras, se escucha el incesante tecleo de un portátil tratando de recordar aquellas viejas lecciones de piano y mecanografía, que parecen no haber dejado mucha huella. Es la primera vez en cuatro años que se respira tranquilidad en el valle durante el mes de junio, mientras la ciudad más cercana continúa su frenético período de exámenes. La noche, las luciérnagas, el licor café, un paquete de filtros y la nada. Unas sandalias de tanza, un vestido de tirantes, unas clavículas resentidas y la penumbra del horizonte. Y no hay absolutamente nada, aparte de la oscuridad y yo. Anaira duerme. Está muerta de cansancio por el esfuerzo y confiesa que no sabe qué hacer con su vida. Yo sí lo sabía antes de formatearlo todo, ¿aunque con esta oscuridad quién podría recordarlo? Total, ni que me interesara lo más mínimo.
Hoy se supone que íbamos a ver una luna gigante, pero joder... yo no veo nada. Ni el destino de Anaira, ni los archivos de mi disco duro, ni la luna gigante. Cuanto más crezco peores son mis consejos y mi astigmatismo y más se acentúa esa repentina tos al despertarme. Debería liar otro cigarrillo, no puedo defraudar a mis bronquios mañana por la mañana. Total en esta oscuridad sólo nos vamos a enterar ellos y yo. Bueno, y Mateo, pero no creo que un gato intente delatarme.
Ya huele a julio y a eucaliptos. Se respira tranquilidad e incertidumbre, y lo cierto es que podría estar inhalándola todas las noches de verano así, sentada en el porche de casa y sin tampoco saber qué hacer con mi vida.
Total, ni que me importara lo más mínimo.
En la foto: Anne Francis, en Girl of the night (1960)
Hoy se supone que íbamos a ver una luna gigante, pero joder... yo no veo nada. Ni el destino de Anaira, ni los archivos de mi disco duro, ni la luna gigante. Cuanto más crezco peores son mis consejos y mi astigmatismo y más se acentúa esa repentina tos al despertarme. Debería liar otro cigarrillo, no puedo defraudar a mis bronquios mañana por la mañana. Total en esta oscuridad sólo nos vamos a enterar ellos y yo. Bueno, y Mateo, pero no creo que un gato intente delatarme.
Ya huele a julio y a eucaliptos. Se respira tranquilidad e incertidumbre, y lo cierto es que podría estar inhalándola todas las noches de verano así, sentada en el porche de casa y sin tampoco saber qué hacer con mi vida.
Total, ni que me importara lo más mínimo.
En la foto: Anne Francis, en Girl of the night (1960)
7 comentarios
nando -
Inchina -
Mónica: yo al final la vi. Es que al principio no me daba cuenta de que me la tapaban los árboles de enfrente (sí, vale, admito que el licor café dio un buen bajón...).
Cascabel, ¡toda una coincidencia porque acabo de ver tu post! jaja. Sincronización pura y dura ;)
Brianda: pero tú también aportarás algo a esa decisión, ¿no? (sé que no te voy a convencer, jaja). Bueno, conste que al gato muchas veces se le llama de todo menos Mateo. Pero a él le gusta, que lo sé yo.
David: Sí, era alucinante. Mi amiga decía que no estaba tan grande, supongo que esperaba encontrarse una cosa descomunal. Lástima que no contáramos con un astrofísico para explicárnoslo (aunque ni con esas lo entenderíamos...)
Por cierto, tengo problemas para comentar y ver alguno de vuestros blogs, pero lo seguiré intentando.
¡Bicos!
david -
Yo y la luna, la luna y yo. Y las palabras de Inchina que multiplican la magia de las cosas sencillas del mundo.
brianda -
Y para qué pensar q hacer con la vida si al final, por muchos planes que uno haga, la vida decidirá el camino a seguir...
cascabel -
Me encanta la incertidumbre en medio de la nada.. es pura sensacion de calma..
monica -
Lidia -
Un besote!